El Real Madrid observa con una sonrisa cautelosa el tobogán de resultados y sensaciones que atraviesa el Liverpool de Arne Slot. La radiografía de los últimos cinco partidos revela un equipo tácticamente roto, que ha sacrificado la solidez defensiva a cambio de un experimento rotacional fallido. Con cuatro derrotas en cinco encuentros (solo salvados por el Eintracht y un Aston Villa que llegaba tocado), la crisis de identidad en Anfield es palpable.
La dolorosa derrota en la Carabao Cup contra el Crystal Palace (0-3) evidenció el desinterés de Slot por la solidez. Al alinear un once experimental plagado de jóvenes (Nyoni, Morrison, Ngumoha), Slot envió un mensaje de que la Copa era un mero trámite, pero la consecuencia fue la pérdida de competitividad y estructura.
En partidos de Premier como el 3-2 ante el Brentford, el pressing alto de Slot se desmoronó, evidenciando que los automatismos defensivos del 4-3-3 no están asentados.

Slot ha rotado constantemente su centro del campo, buscando sin éxito la fórmula ideal. La presencia de Gravenberch junto a Szoboszlai y Mac Allister en la derrota ante el Manchester United (1-2) no funcionó como núcleo de contención y creación. El equipo se muestra vulnerable en las transiciones rápidas y permite demasiados tiros exteriores, un síntoma de que el doble pivote o el triángulo central no logra ni proteger a la defensa ni dar fluidez al ataque.
Pese a la inyección de talento con Ekitike y Isak, el juego ofensivo sigue dependiendo de la inspiración individual de Mohamed Salah. En los partidos clave (derrotas ante United y Brentford), el gol no llega de forma sistémica. La delantera, aunque talentosa, es volátil y no genera la misma sensación de peligro asfixiante que sí tenía el Liverpool de Klopp. El gol al Aston Villa llegó más por necesidad que por brillantez colectiva, un oasis en un desierto de dudas.

